Y caminó hasta la esquina del boulevar donde pasaba el autobús que lo llevaba a su casa y se quedó esperando. No la volteó a ver en ningún momento.
Sólo un me voy Ana y una mirada rápida que por unos segundos se detuvo en sus pupilas y luego en su boca. Después sólo se fue.
Ana asintió levemente. Que tengas buen camino y cerró el candado de la reja mientras veía cómo Javier se alejaba y llegaba a la esquina del boulevar.
Una señora de unos setenta años era la única pasajera. Estaba envuelta en un chal tejido y traía sobre las piernas una canasta de plástico verde cubierta con una servilleta bordaba con hilos de colores.
Javier se sentó frente a ella y colocó sus maletas en el asiento de enfrente. Buenos días le dijo. Y por unos segundos contempló sus manos envueltas bajo el chal cubriéndolas del frío.
Ana entró a su cuarto envuelta en la sábana con la que había salido a despedirlo a la calle y al entrar se quedó parada unos segundos en la puerta contemplando su ropa tirada en el suelo al lado de la cama. Ya no estaba la ropa de él ni estaban sus maletas al lado del buró.
Se quitó la sábana que la envolvía y se tiró sobre la cama mirando al techo. Se miró a sí misma y sonrió en silencio. Sábanas rojas y paredes blancas. Aspiró hondo. Le gustaba su imagen en las penumbras en medio de aquel contraste.
El sonido del motor del autobús se mezclaba con los boleros que el chofer sintonizaba en la radio.
Hubo un tiempo en que esa era su hora habitual de salida. Estaba en el colegio y tenía que salir una hora antes para no encontrarse con la hora de más tráfico. Viajaba en autobús cuarenta minutos cruzando las ciudad desierta.
De un recuerdo pasó a otro.
El día que él llegaba el despertador de Ana sonó a las seis. Se levantó, puso agua en la tetera y se metió a bañar. Tomó té de hojas de árbol de limón y se delineó los ojos con lápiz color café.
A las ocho estaba llegando al mercado. El señor le dio los buenos días y le escogió una rosa roja que le envolvió en papel celofán. Ésta le va a aguantar el camino. Las rosas abiertas lucían más bonitas pero Ana confió en el señor. Gracias, que tenga buen día. Gracias, igualmente y se persignó con la moneda entre los dedos.